sábado, 21 de julio de 2018

Crisálida


Está atrapado en una enorme y oscura crisálida formada por retazos de vivencias, gestos, aromas, lugares e innumerables recuerdos que surgen y se mezclan. Cada día intenta salir, cada día intenta olvidar, escapar; pero del dolor no se huye, al dolor hay que enfrentarlo, y su forma de hacerlo es aferrarse a esos momentos maravillosos que dejó, e imaginar que ella está ahí. Se engaña a sí mismo que la escucha hablar en las mañanas, se engaña que siente su aroma en las sábanas, se miente que la escucha respirar mientras duerme y que siente la calidez de sus pies helados. Aún cree que su sonrisa lo despierta y lo duerme, aún cree sentir sus delgados dedos entre los suyos. Los vestigios de lo que una vez brilló, son su único consuelo. Son las cenizas del fuego las que lo abrigan. No le queda más alternativa que entrar y salir del pasado, del dulce pasado que amarga y que quiere olvidar.

Su corazón está abatido y se guarece en el final del túnel, en el fondo del abismo, y a medida que su pulso se apaga y su alma se vuelve a sí misma, una luz empieza a resplandecer. Desde el último bastión de su esencia, desde el último reducto se acerca un ser etéreo, la marca de su bendición o de su maldición: ella, la luz tenue, el fuego implacable, alimenta su tristeza pero no lo ultima, lo mantiene vivo, cura sus heridas y le abre otras, en un círculo interminable de interpretaciones y preguntas del cual no se puede escapar y no quiere escapar, porque ha entendido que la crisálida guarda un secreto. En esa escafandra de oscuridad se gesta el lumen, se transforma el dolor en más dolor y surge el milagro, la palabra, el mito.

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