Todo empezó con algunas preguntas y comentarios sobre sus charlas psicológicas. Las conversaciones al inicio fuero frías pero con el paso del tiempo algunas cosas fueron cambiando. Siempre fui el primero en escribirle y saludarla, en comentar una frase, una imagen, hasta que poco a poco me fue haciendo algunas preguntas. Luego llegaron las confesiones. Me contó algunos de sus traumas y cosas más íntimas de su vida. Me habló de su trabajo, de sus viajes y de su familia. Ambos nos abrimos y la conversación fue tornándose más fluida y transparente, por eso tomé la decisión de viajar a conocerla. Le dije que me gustaría tomarme un café mientras charlamos. Me dijo que sí porque a pesar que hay muchos que le escriben, a mí me sentía sincero. Imagino que esto último fue una manera de justificarse a sí misma que aceptaba salir conmigo. Coordinamos un fin de semana para vernos.
Cogí el auto y manejé por cuatro horas hasta su casa. Fue la primera vez que conducía tan lejos por ver a una chica. Casi eran las 4 de la tarde cuando a lo lejos alcancé a ver un enorme cartel que anunciaba la bienvenida a la ciudad donde ella vivía. Le escribí y me dijo a las 6 nos vemos. Llegada la hora, fui a su casa y la vi esperándome en una vereda. Era alta, como lo suponía. Me recibió con un abrazo y lógicamente la abracé, me gustó mucho ese gesto aunque lo sentí forzado. Le abrí la puerta, subió al auto y me dijo: "te vistes como profesor". Me reí y le dije: "esperaba que esperaras que me iba a vestir como profesor". Ambos nos reímos y la miré a los ojos. Realmente es hermosa me decía en mis adentros. Sus ojos marrones y su cabello castaño amarrado en trenzas, trasmitían un aura de dulzura y al mismo tiempo de fragilidad. La vi más delgada que en las fotos, pero igual de bella.
Me llevó a una pizzería donde nos decidimos por la "dámela siempre", una pizza que por su sabor hace honor a su nombre. Fue ahí, en medio de un ambiente decorado con motivo de Halloween y con un rock pesado de fondo, que me fue contando algunas detalles de su vida. Mientras ella hablaba yo la miraba fijamente preguntándome por qué me atrae tanto. Tal vez era sus trenzas, su forma de vestir tan relajada, su sonrisa tímida, no lo sabía, hasta que lo sentí, fue en un instante que me di cuenta que se parece a Ana. Sus ojos marrones, esa ternura en lo profundo de su mirada, los gestos continuos con sus dedos, todo eso fue un recuerdo transitando frente a mí. Se lo iba a contar pero luego lo pensé y seguramente me hubiera costado mucho hablarle de mi primer amor.
Creo que hablé poco y ella lo notó. Por momentos la sentí nerviosa intentando hablar para que el ambiente no se sienta aburrido. Mi carácter de mierda, vomitaba silencios continuos y miradas perdidas, mientras ella seguía hablando, no porque quería hablar, sino porque no quería aburrirme. Eso en el fondo me gustó, era un acto de amabilidad. Yo solo quería mirarla, la había visto tantas veces en fotos que solo quería mirar su belleza viva luciéndose frente a mí, no quería hablar o mejor dicho quería hablar con mi silencio y la mirada.
Me gustaría hablar un poco más de su personalidad desde la impresión que me generó este primer contacto. Por supuesto que se trata de una impresión, ella puede estar muy lejos de ser así. Sentí en algunas de sus palabras o en sus ideas, cierta dureza que usa como escudo para esconder una fragilidad o un dolor que brilla con colores de ternura, aunque todo ángel que desdeña destruirnos es terrible, porque tal vez esa ternura puede que solo viva en mi imaginación. Al final, he podido sentir que esa dureza con las que causaron sus heridas ha impregnado en su alma, tiene un cierto desprecio por la vida, en cierto desprecio por sí misma o por su identidad. Creo que ninguna palabra es casual, ningún gesto, ninguna mirada. Ahora interpreto su fragilidad como algo no tan claro, no tan puro, sino veo un poco de oscuridad en sus temblores y sus nervios. Algo tan normal en nosotros los seres humanos, al fin y al cabo humanos, demasiado humanos. Y así me gusta más, sabiendo que no es un ángel sino una mujer que ha luchado contra el mundo.
Luego de acabar con la pizza, fuimos a caminar. Hablamos de un poco de política y mi verborrea afloró. Seguimos caminando y llegamos al paseo de las musas, donde habían muchos jóvenes y niños corriendo, caminando, ahí la noté un poco temerosa por la inseguridad, me pareció extraño. Subimos al auto, hablamos un poco más y sentí que se alejó de la conversación y que quería irse, no solo de mi compañía sino de mí. Aunque fue muy sutil, pude sentir su decisión, la respeté sin increpar nada. La llevé a su casa. Bajé del auto, le di una planta que le compré y nos dimos un fuerte abrazo que esta vez sentí sincero, tal vez porque era un abrazo que cerraba un inicio que sabíamos que era el final. Nunca más volví a saber de ella y yo tampoco le escribí.