
Miro la única foto que tengo de ella, recuerdo que me la obsequió hace casi un año. Intento imaginar que algo de vida hay en esa imagen hermosa donde sonríe y mira con ternura; pero es en vano, no está viva, no trasmite calor, por el contrario, trasmite mucha nostalgia y unas ganas enormes de no hacer nada, de seguir tendido en la cama, esperando algún milagro de la muerte. Tengo inquietudes suicidas en mi ser inconsciente, supongo que a eso se le llama depresión. Qué contradictorio es, y digo contradictorio porque en la vida que estoy llevando cualquiera pensaría que disfruto cada instante como si nunca hubiese vivido antes. Estoy generándole numerosas ganancias a las licorerías, sin escatimar ni un centavo. Además, salgo con algunas chicas, camino con ellas, me lleno de su aroma, de su feminidad; sin embargo, aún me siento muerto, aún falta algo. Busco con desesperación en ellas, aquello que hace falta dentro de mí y no lo encuentro. Por eso extraño a la mujer de la foto, porque a pesar que odiaba la forma tan absorbente de amarme y que no aguantaba un segundo más su carácter conflicto, a pesar de eso, me daba algo que hasta ahora nadie me ha podido dar, la extraño porque mi corazón se sentía con el suficiente aceite para latir a mil por hora como un Ferrari que desafía la velocidad de la luz, porque mi cama estaba tranquila con la intranquilidad de sus piernas, y ahora es una trampa mortal donde caigo y me torturo, ahora es un campo de batallas donde caen bombas de recuerdos que me expanden los párpados para no cerrar el alma.